lunes, 28 de enero de 2013

La obra

A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren, y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil.
– Ernesto Sábato


Martín actuó durante todo el primer acto, con aquellas palabras oídas a penas antes de entrar al escenario dando vueltas en su mente, entremezclándose con las ideas arraigas que le permitían recordar el dialogo y cada movimiento dentro de la Obra. ¿Por qué a Lino se le ocurriría contarme un secreto en este momento? Tiene que haber sido su tono al decirlo o quizás los ojos, sí tienen que haber sido esos ojos trémulos, oscuros, resignados pero a la vez excitados por la posibilidad de encontrarle un sentido a la Obra.
- El guion no se toca. Deberías saberlo- Respondió secamente Martín luego de enterarse de la proposición de su compañero mientras se preparaban para entrar al segundo acto.
- ¿Y por qué no? –Dijo Lino, y ahí estaban nuevamente esos ojos como la llama que a punto de morir retoma la fuerza y renace.
- Son las reglas.
- ¿Las reglas? ¿Las reglas de quién, si ni siquiera sabemos quién escribió el guion?
- No importa, no necesitamos conocerlas, somos actores y las reglas son las reglas.
- ¡Vamos! Llevamos años repitiendo una y otra vez los mismos párrafos, los mismos movimientos… Y sí, lo sé, somos actores, pero no marionetas.
- No me…
- Puedes actuar de acuerdo a lo que alguien escribió si lo deseas y continuar esta rutina absurda por cuanto quieras, pero no cuentes conmigo. –Interrumpió Lino- A partir de hoy, saldré a improvisar.
- Me sorprende que ese haya sido tu gran secreto… -Contestó Martín con una leve sonrisa.
- Es solo una parte, pero no importa que lo sepas entero, si ni siquiera intentas descubrirlo por tus propios medios.
- No te entiendo. –Martín se preparaba a alejarse de su compañero, hasta que sintió su mano fría presionando ligeramente su hombro, nuevamente esos ojos, extraña fuente de rebelión y deseo de saber, lo estaban mirando y tuvo miedo, miedo de ser absorbido por ellos y encontrarse de pie en el escenario, temiendo vacilar ante la proposición de Lino, pensando si quiera en desobedecer las reglas.
- Yo tampoco entiendo todo esto, sin embargo, estamos aquí y tenemos dos opciones.
- ¿Y cuáles serían? –A pesar de que Martín sabía a la perfección cuales eran y casi podía adelantarse a las palabras de Lino, quiso escucharlas de su propia boca.
- Seguir las reglas o descubrir si todo esto tiene o no sentido. Ese es el mayor secreto, el que ha estado por siempre entre nosotros, como también entre nuestros amigos, colegas, familiares e incluso entre todas aquellas personas que hoy no son más que desconocidos y se encuentran, sin saberlo, en nuestra misma posición. Somos afortunados de ser consientes.
Faltaban pocos minuto para subir nuevamente y ser parte del segundo acto y final. Tras escuchar con atención a Lino, Martín dudó por unos segundo, se mantuvo meditando la circunstancia y hasta temió olvidar parte del guion, son como si las palabras cobraran vida y yo las veo alejarse de mí, pero finalmente las retengo, porque sé seguir las reglas, la incertidumbre no me ganará, somos actores y antes que todo está la regla, seguir el guion al pie de la letra. Una vez arriba, abandonamos nuestra realidad y no nos podemos preocupar de aquellas tonterías, pues nuestra vida queda abajo del escenario, eso Lino no lo entiende… Arriba somos otros, comenzamos a vivir otra vez. Pensaba con la mirada fija en la nada, absorto en aquella contemplación espontánea que nunca antes había vivido. -No, no puedo hacerlo. –Dijo con seguridad y en el momento en que se dio cuenta de su propia determinación, pudo sentir como volvían a él las palabras y el guion se reconstituía en su mente.
Las luces de los focos fueron destellos que encandilaron sus ojos, con una reverencia protocolar y de agradecimiento desconocido, abandonaron el escenario y cayó el telón finalmente frente a las butacas vacías.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La espera


Mañana comienzo el viaje y sé con anticipación, que éste será un día sin fronteras oníricas. Un día en el que tal vez llore o me desmotive, en el cual tenga miedo a dejar mi asidero o mis cadenas. La noche caerá, la luna y las estrellas saldrán como lo hacen siempre para cumplir con su extraño deber cada vez que el manto se torna oscuro, pero para mí no existirán como no existen nunca. Porque sé, que sea donde vaya o el tiempo que pase, sin importar nada, siempre estarán sobre mi cabeza despierta o durmiente.

Esperar se convierte siempre en la peor circunstancia. Esperar en la fila del banco o en la sala del hospital. Esperar la comida, el bus o el destino final al caminar. Esperar  el día añorado o el que queremos aplazar. En fin, esperar es siempre el peor momento porque es el momento, en que no nos queda más que pensar.

No me podía mantener ocupado durante la tarde, como sabía que no lograría dormir y pasaría la noche en vela, decidí ocupar esas horas vagas para arreglar mis cosas. La decisión de viajar la había tomado hace ya bastante tiempo, pero terminaba aplazando todo para las últimas horas. Comí, leí, vi televisión y bebí un café con normalidad como todos los días, expulsando de mi mente los recuerdos que venían en los momentos de desocupación. Ya me encargaré de ustedes decía mientras comenzaba de inmediato alguna actividad que por muy simple que fuera, me evadía durante unos minutos de pensar en el mañana. Mi madre y mi tía estuvieron mucho más cercanas a mí durante el día, hablamos más que de costumbre, les dije que no se preocuparan que sería responsable y me cuidaría, además me mantendría en contacto mínimo 3 veces por semana, mi tía que era mucho mayor que mi mamá, me pidió que le enviara aunque sea una carta al mes, Mi tía no había olvidado en lo más mínimo la vieja tradición de los sobres, la tinta y las estampillas y a decir verdad, me gustaba la idea de escribir de vez en cuando. Sería interesante, años después reunir todas esas cartas para releerlas y retornar a los tiempos consumados, aunque fuese tan solo por unos minutos. A mi madre le costó entenderme, para ella mi viaje seguía siendo un simple capricho de la edad, aunque los motivos reales de mi recorrido por el norte fueran entendidos únicamente por mí.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Mi puta querida


                                                                                                        “… me di cuenta de eso, desde que 
dejaste de mirar el reloj.”

El día en que no te encontré en aquella esquina, supe que algo andaba mal, me estremecí y mi corazón se hizo más pequeño aun. Te busqué por horas bajo el cielo gris, caminando entre las sombras de una ciudad maldita, pisando calles de sangre y pólvora, temiendo que fueras tú su próxima víctima.
Víctima infame de una ciudad que se lleva todos los días a sus hijos más desdichados, los malditos sin nombre ni techo. Entre indigentes, drogadictos, ladrones, niños con hambre y otras putas, tú siempre fuiste distinta, porque solo para ti yo era uno más. Maldito, pero de terno y corbata.
No habrá otra que pueda llenar el vacío que dejaste, no solo en mí, sino también, en estas oscuras calles sin alma. Ni la más cara, ni la de las tetas más grandes podrá igualarte.
Solo tú me conocías de verdad, incluso más que mi esposa e hijos, tú conocías la verdadera cara escondida tras la formalidad de un ejecutivo infeliz podrido de vicios y lujuria. Solo tú me contenías y me hacías soñar, solo en tus hombros lloré alguna vez, solo tus nalgas golpeé con tanta pasión y tu pubis impacté con desenfrenada vehemencia. Rabia contenida que se convertía en amor. Encontré en tus pezones erectos el dulce perdido de la infancia y en cada rincón y pliegue de tu sexo la liberación a una vida de mierda, con su asquerosa rutina que sofoca y asesina en cada segundo.
Ahora me doy cuenta que nunca te pertenecí realmente, siempre supe que eras de las calles y no de mi corazón, pero aun así me querías y para ti yo no era igual al resto, me di cuenta de eso, desde que dejaste de mirar el reloj.
Hoy será la última vez que pise estas calles, que vea las paredes rayadas de recuerdos y me iluminen las exóticas luces de cada rincón. En mi mente quedará por siempre la imagen de tu cuerpo perdido en alguna calle sin nombre que terminó por reclamarte.

sábado, 15 de septiembre de 2012

No somos nosotros sin mi


Fue sin duda la despedida más gris entre ambos, sobre nosotros caía un manto de incertidumbre deseoso de robarnos el futuro, el frío debería habernos congelado, pero no lo sentíamos, dentro de nosotros ardía aun el fuego del orgullo que no quería renunciar a perder lo que tenía. Pero el tuyo se apagó primero, o quizás el mío siempre estuvo muerto y lo que yo creía sentir tan débilmente era el contacto abrasador de tu cuerpo junto a mí. El frío se hizo insoportable y el manto terminó por sofocarlo.

miércoles, 25 de julio de 2012

Las patas de las palomas.


Fuente
Quizás no tenga una explicación razonable, pero hoy el café tenía un gusto distinto. No sé si mejor o peor, pero distinto. Pensé entonces, que cuando uno es capaz de distinguir un cambio en el sabor del café, es porque definitivamente se ha adaptado demasiado a la rutina. Mi día comienza a las 6 de la mañana, y es exactamente igual de lunes a viernes. Me quedo unos segundos sentado en el borde de la cama, oyendo la respiración de mi mujer a mi lado, despertarse es probablemente, y para todos, la etapa más difícil de la mañana. Cuando logro ponerme de pie, me espera el consuelo de que podré despertar realmente luego de la ducha con agua helada y el café. Y así es realmente, todo parece distinto, antes y después de la ducha helada y el café, como si antes de aquel ritual todo estuviera cubierto por una espesa bruma. Luego todo se aclara y comienza el día. Todas las mañanas desayuno solo. Sentado en la mesa de la cocina sin nada más que hacer que fijar la vista en el mar oscuro, olas de espuma amarillenta rodeando los límites de aquel mar domesticado e insignificante. Cuando he terminado, tomo mi mochila, beso a mi mujer pensando que posiblemente nada dure para siempre y salgo por la puerta a enfrentarme con la mañana helada. Un cigarrillo que me acompaña hasta el paradero. Comienza entonces la batalla de los cuerpos. Sobre la micro, no es mucho lo que se puede hacer. Cuando tengo suerte, puedo ir mirando por la ventana empañada aquella ciudad gris que recién está despertando, sin embargo, muchas veces solo debo conformarme con el dolor de pies y el conjunto de rostros adormecidos con la mirada perdida en la nada. Y ruego por no verme como ellos, aunque posiblemente lo haga. 

domingo, 8 de julio de 2012

La muerte de las estrellas

El dolor en el brazo derecho le obligó a abrir los ojos, sintió como si vidrio molido corriera por sus venas en vez de sangre. Comenzó a mover los dedos bajo las sabanas y una vez que la lluvia de agujas cesó sobre su brazo, sintió el dolor mayor. Su estómago contraído y pesado como cargando kilos de hierro, un eructo agrio brotó espontaneo de su boca seca. Sintió una sed terrible y la extraña sensación de haber subido 20 kilos en una noche. No quiso pensar en la noche anterior. Había fallado otra vez y es que necesitaba tomar una decisión certera, el camino sin margen de error. Decidió esperar a que el dolor del brazo desapareciera por completo. Tendido en la cama, mirando el techo en su inmensidad y falsa pureza, desviaba constantemente los recuerdos asesinos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… cien, ciento uno. Y se levantó. Solo entonces aparecieron las náuseas, repentinamente sintió el estómago resolvérsele, como si quisiera escapar de su cuerpo por la garganta. Corrió al baño y sin aguantar para levantar la tapa del escusado, vomitó sobre el lavamanos. Sangre. Vómito rojo y sin consistencia. Ya no le asustaba en lo más mínimo, porque cada vez quedaba menos y la sangre era un signo. Doloroso viaje antes de tiempo, primer trayecto material para aquel caminar eterno y sin asidero ni paredes concretas. Se limpió la boca con la mano, el estómago gruñía feroz y lo golpeaba constantemente. Su rostro en el espejo lucía más demacrado, pero vivo aun. Cuanto lo lamentaba.

sábado, 7 de julio de 2012

La batalla interminable

Sentado en un solitario banco al costado del cerro, olvido que a unos metros solamente se encuentra el bullicio de la congestionada ciudad, sus amplias avenidas y su aire poco saludable. Al igual que cuando pongo la cabeza sobre la almohada y me dispongo a dormir, vienen inmediatamente los pensamientos que me recuerdan la miseria en la que estoy sumido. Es extraño pero llegan sin avisar, esperan el momento en que bajo la guardia para aparecer e intentar destruirme en tan solo un segundo.
Miro una paloma a mi lado pero no puedo dejar de pensar en eso que no quiero, entonces entiendo que la depresión nunca ha desaparecido, siempre ha estado ahí y que eso que creo que es la superación no es nada más que un momentáneo y falso sentimiento de felicidad.
Siempre he creído que dentro de mi existen… no sé cómo explicarlo, pero algo como dos personalidades habitando el mismo cuerpo.

Microficciones 07

Caminábamos por el campus con la guitarra o nuestros poemas bajo el brazo, tarareando a Silvio o a Victor. Nos sentíamos libres. Con la palabra en los labios y las letras en las manos. Ignorábamos que pronto seríamos uno más y atrás quedarían las barbas y el pelo largo.

jueves, 5 de julio de 2012

Oyente Indebido.

Nunca antes la frase “No escuches las conversaciones ajenas” había cobrado tan valor en mi, luego del acontecimiento que relataré a continuación.
Las palabras que escuché entonces, jamás podrán salir de mi mente, me visitan cada noche, hasta el día de hoy como un fantasma que intenta revivir el pasado que deseo olvidar.
La curiosidad nunca fue algo propio en mi carácter, ni siquiera en mi infancia demostré intenciones de querer saber más allá de lo que me estaba permitió, sin embargo, y sin encontrar un explicación coherente, desde que comencé a trabajar aquí se me hizo cada vez más interesante averiguar sobre la vida de mi patrón, que era un completo misterio. Quizás su vida parca y sombría, la soledad que rodeaba la casa o las extrañas conductas que muchas veces me dejaron sin palabras, fueron los motivos que despertaron en mi una furtiva curiosidad.

domingo, 1 de julio de 2012

Cazadores de recuerdos

Fuente imagen
¿Cuántas veces caminamos sin rumbo, en una
ciudad donde todos saben donde ir?

Estoy completamente seguro de que hoy será un día difícil y es que todos han sido iguales desde aquella tarde, los miércoles se han convertido en días cargados de tristeza desde entonces. Durante la mañana el tiempo parece no avanzar, como si se detuviese, sin embargo, mi sufrimiento continúa destruyéndome con la misma intensidad. Y esa hora que espero para volver a verla (aunque sea con los ojos empañados en lágrimas) en vez de acercarse parece huir de mí, como si no me quisiera, como si disfrutara haciéndome esperar. Después del almuerzo, como todos los miércoles y cuando queda menos de una hora, todo se complica más aun, las llaves no aparecen y el bus tarda más de lo normal en pasar.

Llovía y ella esperaba paciente con su paraguas  bajo la luz del antiguo farol que por mucho tiempo había sido su punto de encuentro, tranquila de saber que él siempre llegaba tarde. Amaban  ese farol, porque era un rastro de vejez en medio de la moderna ciudad, entre el ensordecedor ruido de la congestionada metrópolis y sus amplias avenidas repletas de autos que iban y venían tocando sus bocinas con furia, era ese el último rastro de los tiempos perdidos, los que pasaron llevándose la calma de lo que había sido años atrás, una ciudad mucho más pequeña y silenciosa. Cuando él llegaba, ella olvidaba la lluvia, dejaba caer el paraguas que se convertía más en un estorbo que en una protección y se lanzaba a sus brazos.
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